El estado del arte (por Olimpia Blues)

Solo veo arte cuando camino por mi barrio, humilde y con millones de cubos de basura siempre llenos.
El arte ahora recorre los colores de las bolsas pestilentes, cada una de un color, emulando un paisaje impresionista de vivos colores.
Todo ello rezuma arte, pero no el arte que evoca, para mí en casos erróneamente, la propia palabra, sino el arte que te mueve sin necesidad de galerías, música ambiente, cokctails ni atentos comisarios que, si te acercas a menos de dos metros, te enseñan el táser del cinturón.
Unos platos, un banco. Una historia que nunca sabremos. ¿Quizá esa vajilla era de una tradwife de los años 80 que se veía obligada a lavarla repetidamente durante años?
Uhm…
O alguien la dejó ahí por si otro alguien lo necesitaba. Arte altruista de loza que uno fotografía mientras otros pasan de largo mirando sus apuntes de historia del arte.

¿Y qué me decís del sillón no muy mugriento en medio de la acera, como esperando que alguien se siente y empiece a lanzar gritos a una televisión imaginaria mientras suena el barullo de un partido de fútbol?
No.
Ese asiento esperaba las posaderas de un cálido lector que no tiene tiempo para leer a Bécquer, pero lo intenta, porque le recuerda a su infancia.
Pero lo mejor es el carro del supermercado empotrado en el arbusto con sus ruedas hacia el cielo entre envases de cola, colillas y cotorras. Lástima no haberlo fotografiado.
Vamos, que el estado del arte actual por aquí es algo sólido que convierte en agua la razón, llenando vacíos y vaporizando la esencia,
convirtiéndola así en éter que cualquier otro puede aspirar de un pañuelo,
para crear una surrealista escena en el barrio
y pasar el testigo del arte al que observa
mientras sale del Metro y vuelve caminando a casa.

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