Del porqué Franz Reichelt saltó desde la Torre Eiffel y otros suicidios involuntarios
Una revista literaria (en un principio), cultural (después), una comunidad (es necesario), y ¿por qué no algo más?, ¿por qué no todo?, una revolución (no la verán mis ojos), un error más que probable, un equivocarnos libre, algo humano -eso es seguro-. Todas estas ideas combustionaron antes de que facerArder tuviese nombre y son ahora nuestro pedazo de tela agarrado entre las manos mientras caemos pensando (como en La Haine): “Hasta ahora todo va bien”.
No diré que este sea el mejor momento, tampoco creo que exista un buen momento para nada, este es nuestro tiempo pues no hay otro, y esta idea otra de tantas que llegan para intentar hacer un mundo mas bello.
Sé que suena pretencioso, y lo es, ambicioso, y lo es, pero en este punto de realidades funestas siento que es obligatorio aspirar a lo máximo para, al menos, soñar lo correcto.
Esto -la revista, la catarsis, el esperpento- nació de la necesidad, la nuestra al menos, de seguir creando con otras personas y encontrarnos con ellas en un lugar donde nuestras singularidades ardan en conjunto para crear un fuego propio y de todas, ardernos encima con una incontinencia abrasadora, y brillar el doble sin vivir la mitad de tiempo.
Para Schopenhauer el mayor misterio de la filosofía consistía en la voluntad del individuo como principio fundamental que le obliga a vivir entre sufrimientos, y pienso yo, como paradójicamente esta voluntad suele ser también la causa de su muerte, como fue la del sastre Franz Reichelt lanzándose al vacío convencido de que podría volar hasta estamparse contra el suelo.
De esa voluntad y en medio de este sufrimiento queremos pegarle fuego a todo, e iluminarnos quizás un poco, no como faro sino como una hoguera, darnos calor y si ardemos, que de seguro arderemos, que sea cantando, que sea viviendo.

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