Energía y sentido
Cada día una borrasca que acaba en tormenta, así se puede describir el clima humano. A nivel nacional y a nivel internacional, a nivel político y a nivel social. Que no te entre la arcada después de las declaraciones de tanto indeseable ya no sabes si es un pequeño triunfo o una gran derrota. Lo mismo digo del hecho de no salir a quemar contenedores. ¿Si sirviera para algo? Me pregunto, y, al final, me encuentro siempre huérfano de respuestas.
Por supuesto pienso en el genocidio perpetrado por Netanyahu bajo la justificación del 7-O, como si el conflicto se pudiera reducir a ese fecha, como si las acciones de un grupo terrorista dieran carta de libertad para que un Estado pueda masacrar a población civil e inocente. También pienso en la nueva iniciativa VOX/PP contra el derecho fundamental al aborto. Y es que no quiero que mis palabras puedan catalogarse de ambiguas, o peor, ser usadas por los defensores de los referidos, en base a la lógica distópica que vivimos actualmente.
Es también el escenario descrito el que me lleva a pensar y/o divagar, que el sentido es lo opuesto de la energía. Quiero decir, ya se sabe, que la energía ni se crea ni se destruye, sino que tan solo se transforma. En fin, ¿quién no ha oído hablar de este pilar fundamental de la física? Muy por el contrario, el sentido sí se crea y sobre todo se destruye casi a cada paso. Quizá he aquí uno de los motivos de que la vida sea tan desesperante, y es que por más esfuerzo y sacrificio que le eches, el azar, la enfermedad, una bomba… tira por tierra todo cuanto costó poner en pie.
Hemos crecido viendo atentados, guerras, crisis económicas y pérdidas progresivas de derechos. Hemos crecido y por desgracia seguimos creciendo bajo ese sinsentido. Nuestra sociedad capitalista democrática, que se suponía era la última y mejor y que solo tenía que perfeccionarse un poco, nos ha instalado en un sistema de impotencia donde el consumo y la banalidad parecen ser lo único que nos puede ofrecer como alternativa. Y, cuando queremos escapar de esa jaula, aunque sea por un rato, cuando queremos ofrecer sentido a uno mismo y a los otros, el esfuerzo es titánico y el resultado puede ser borrado del mapa con un soplo de mala suerte, o por el simple chasquido de los dedos del poderoso de turno.
Porque sí, energía y sentido son opuestos en tanto que el primero solo se transforma y el segundo hay que crearlo de la nada, pudiendo ser destruido con pasmosa facilidad. Pero, también lo he dicho, el sentido requiere de una cantidad ingente de energía. Nietzsche decía que su sociedad se había enfangado en el nihilismo, en tanto que las verdades metafísica absolutas y que la religión como faro de todo el mundo, se había acabado para siempre. En ese contexto, apuntaba el genio de Sajonia, que pasó los diez últimos años de su vida en un estado de colapso mental, es donde nos toca darnos nuevos valores, donde tenemos que crear el sentido que se nos quiere arrebatar y se nos ha arrebatado. Qué poco ha cambiado el relato desde entonces. Dios no ha muerto, le reprochan a Nietzsche los listos. Es verdad, me atrevo a pensar, moribundo, hace todavía más daño.
Escribo mientras no se sabe qué ocurrirá con los miembros de la flotilla internacional detenidos por Israel, escribo mientras aquí, en España, Ayuso y la ultraderecha (perdón por el pleonasmo), se mofan de personas que se han jugado la vida (el sionismo asesinó, asesina y asesinará sin pudor no solo a Palestinos, sino también a personal humanitario y a periodistas internacionales) por arrojar un poco de sentido y justicia a la masacre de cada día. Escribo mientras lleno de rabia e impotencia pienso qué escribir, qué pensar, qué hacer para marcar la diferencia y ayudar a poner mi mota de sentido.

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