Cartas a una joven poeta
Hacía siete años que no nos veíamos. Cosas de la vida: ambas estábamos muy ocupadas persiguiendo lo que queríamos ser y siendo perseguidas por lo que éramos en realidad, y con tanto que hacer una termina perdiendo el contacto. Había sido una amistad tranquila y amable, pero, francamente, ya hacía muchos años que ni siquiera me acordaba de ella, y por eso me sorprendió tanto que apareciera por mi cumpleaños: plup, notificación de Instagram, G. ha solicitado seguirte. La primera reacción fue de alegría. ¡No me lo puedo creer, cuánto tiempo!, ¿cómo estás, dónde vives, qué haces, cómo te trata la vida?, y luego cierto saborcillo agrio de culpabilidad: me había olvidado de ti completamente, yo no sé cuándo es tu cumpleaños. Pero esas cosas no se dicen, así que me puse en posición y di la primera zancada: ¿cuándo quedamos? Hay que sacudirse esta sensación lo antes posible, y lo antes posible fue un mes y medio más tarde porque, como ya intuíamos, el esprint dio igual, la meta había sido un capirotazo en la frente, deja ya de correr y ponte a discurrir por tu vida: no teníamos tiempo ni para tomar un café.
Nos vimos en un barecillo de la ciudad que ella conocía, pero los influencers todavía no. Yo llegué antes y le sonreí ampliamente desde la mesa. Me correspondió, se acercaba quitándose la bufanda, abriéndose el chaquetón. El clima había cambiado por completo en ese mes y medio desde que reapareció. Nos pusimos al día, qué has estado haciendo todos estos años, pues nada fuera de lo común, dijo, pero lo suyo sí era fuera de lo común porque sí que lo había conseguido; de hecho, la razón por la que no nos habíamos visto antes (ah, sí, fue por ella, en realidad yo hubiera podido quedar mucho antes) era porque vivía lejos, en una capital europea de un país que no es el nuestro, y ahora estaba de visita en la ciudad porque tenía que presentar una nueva exposición suya. Una Nueva Exposición Suya. Celos inmediatos. ¿Y yo, qué había conseguido en todos estos años? Dos noveluchas mediocres que nadie había publicado. Una novela decente que tampoco nadie había publicado. G. me hablaba de su carrera, yo la escuchaba a medias: la otra mitad estaba intentando hacer callar a la envidia que habla dentro de mi cabeza. Así que siete años, dijo, teníamos veinticinco la última vez, no puede ser, tienes que venir a visitarme a Capital Europea, quédate a dormir en mi casa, ¡Dios, no queda tanto para hacernos viejas!, ¿qué hiciste por tu cumpleaños?, te he traído una cosita. Y de su bolso sencillo y precioso y seguro que carísimo sacó un libro que no estaba envuelto: Cartas a una joven poeta, pero no era Rilke, sino un montón de autoras francesas que no conozco, y el libro no era una antología, sino un manifiesto, y me quedé un poco desencajada y con la sensación mentirosa de que me habían tirado un escupitajo.
G. se mostró entusiasmada por que aceptara el regalo, convencida de que iba a encantarme. Fue ver el título y acordarse de mí, ella no se ha leído. Me reí ¿despreocupadamente?, pero yo no soy joven de verdad, yo no soy poeta. Pero escribes, que es lo importante. ¿Qué proyecto tienes ahora? Ninguno, pero me inventé cualquier historia. No hay que quedar mal bajo ningún concepto.
Un poco a regañadientes, porque soy una pésima amiga, fui a ver la exposición de G. No la entendí, pero supe que era algo bueno porque luego estuve dándole vueltas a lo que había visto varias semanas. Dejé a propósito el libro en la estantería, casi por inquina, esperando a que el tiempo hiciera la suyo, y continué con mi existencia anodina y terriblemente importante para mí, y así llegamos a hoy, que me encuentro una publicación en su feed escrita por otra persona, con una foto de G. en blanco y negro, guapísima, sonriente, y resulta que se ha muerto, no dicen por qué. Esta vez, no me había olvidado de ella. La fui a visitar en una ocasión, no me quedé a dormir en su casa porque me apetecía poder estar sola por las noches y la habitación del hotel, francamente, fue una mierda. Después de eso no hablamos mucho más, ella estaba muy liada con su trabajo fascinante y creativo. Igual estaba enferma. Hay un montón de comentarios en la publicación, allegados artistas, admiradores. ¿Qué voy a comentar yo?
Nada.
Me trago la rabia, la pena, hoy tengo tres reuniones seguidas. Por la noche lloraré y sacaré el libro de la estantería y lo empezaré a leer, y se hará farragoso porque no entenderé a algunas de las escritoras y su lenguaje me rechazará a veces, pero cómo no iré a terminarme el regalo de G. que me dejé a propósito, y será un libro que me hará recordar, un libro un poco como una bofetada, porque en él varias poetas les hablan a sus yoes del pasado, a sus hijas, a cualquier chica perdida, les dicen que es tan difícil, sobre todo el reconocimiento, pero que hay que perseverar porque, porque, porque, porque escribir es un acto de resistencia y de aseveración de una misma y de las cosas que amas y que odias y que combates, y de nuevo G. ya no se me va a ir de la cabeza nunca, me dejará pensando durante tanto tiempo en lo que me regaló que quizás si tengo suerte dejaré de centrarme en que me reconozcan que lo que hago es bueno y volveré a escribir una palabra y después tal vez otra novela de tres al cuarto y se la daré a algún amigo para que la lea, a algún desconocido, a nadie, pero qué más da porque en esta vida anodina y terriblemente importante para mí habrá algo por fin que le dé un sentido nuevo, tantas veces como yo quiera.
Gracias, G. He tardado tres años en leérmelo. Gracias a ti por pensar en mí con el título, y también gracias a todas las autoras por esas cartas que leí sin ser joven ni poeta.
El libro al que se refiere es publicación es Cartas a una joven poeta (editorial Demipage)

Los textos, imágenes y demás medios que se publican en esta web están sujetos a la licencia CC BY-NC-SA 4.0 salvo que se indique lo contrario.
Si te gusta puedes compartir...
